“Estoy pensando”: Aprender a ver y escuchar a nuestros hijos desde el corazón
- Yentami Centeno
- 27 abr
- 3 Min. de lectura

Por Yen Centeno: Una reflexión sobre los ritmos, los procesos y la magia de acompañar el aprendizaje libre
Hay algo profundamente transformador en aprender a ver y escuchar a nuestros hijos desde el corazón. No con los oídos llenos de deberes, ni con los ojos cargados de expectativas... sino con el alma abierta.
Desde que me volví consciente de que yo no soy la protagonista del aprendizaje de Enzo, sino una acompañante activa, una copiloto asombrada, una compañera embelezada con cada nuevo descubrimiento, con cada idea, con cada pregunta… mi vida cambió por completo.
De pronto, todo tuvo más sentido.Y sí, estoy maravillada.
Acompañar el ritmo natural de nuestros hijos
Desde el primer día, Enzo ha marcado el camino. Desde que llegó a este mundo, ha llevado su propio ritmo, y nosotros hemos hecho todo lo posible por acompañarlo sin interrumpirlo.
Recuerdo la lactancia materna a demanda… Dolía. —y dolía de verdad— pero también fue la primera vez que aprendí a esperarlo aun con el cuerpo adolorido, pero con el alma rendida a su necesidad. Fue mi primera lección de presencia. De entrega. De confiar en el ritmo de otro.
Y después vinieron muchas más. Su manera única de moverse —ese peculiar no-gateo que en su momento no entendía, pero que hoy celebro como su forma especial de explorar el mundo—.
Respetamos su tiempo para dejar el pañal, para despedirse de la teta, para hablar…
Y en cada una de esas etapas, él nos iba diciendo, sin palabras:
“Yo sé cuándo. Solo necesito que confíes.”
El error del homeschooling estructurado
Sí, al principio intentamos homeschooling con horarios, tareas y metas. Y sí: fue un error. Porque esa estructura rígida, antinatural, y completamente distinta a quienes somos, no se parecía a nosotros. Fue el ritmo de Enzo lo que me trajo de vuelta a nuestro verdadero camino. Ese ritmo suyo, lleno de curiosidad, pausas, juegos, preguntas y risas. Ese ritmo que no aparece en libros, pero sí en el alma de cada niño.
Y gracias a eso hoy aprendemos poco a poco, aprendemos con gusto y aprendemos bonito.
Una revelación entre números: “Estoy pensando”
Recuerdo un episodio muy concreto, tan cotidiano y tan revelador, que me cambió por dentro.
Estábamos practicando sumas básicas. Nada del otro mundo: yo decía el enunciado, él debía responder.“Enzo, ¿cuánto es 7 + 12?”
Y ahí empezaba la espera…
Y con la espera, mi mente adulta, entrenada en la rapidez, empezaba a juzgar el silencio.
—¿Por qué no responde?
—¿Me estará ignorando?
—¿No le interesa?
—¿Está desconectado?
Él miraba por la ventana. Aparentemente ausente. Yo sentía cómo la impaciencia me hervía en la piel, cómo la irritación subía como una alarma, cómo me invadía una sensación absurda de estar siendo “burlada” o “desobedecida”…
Y en medio de ese fuego interno, mi voz sonó más dura de lo que quería:“¡Enzo, dime cuánto es!”
Y entonces, con toda la calma del universo, sin apuro ni ansiedad, me miró y dijo:
“Estoy pensando.”
Y fue como si el mundo se detuviera por un segundo.
En ese momento mi mente explotó de consciencia.
Él no me ignoraba.
No estaba distraído.
No me desafiaba.
Estaba pensando.
Su silencio era el espacio sagrado donde el pensamiento crece.
Y yo, con mi urgencia, con mis tiempos de adulta, estaba a punto de destruirlo.
Entonces, como en todas las veces anteriores, me dio la respuesta correcta.
Sin errores. Sin titubeos.
Y ahí entendí.
Entendí todo.
Comprendí que su silencio no era vacío: era construcción. Que detrás de esos segundos sin respuesta, había cientos de conexiones neuronales floreciendo, rutas mentales dibujándose, lógica interna activándose…
Y yo, desde mi impaciencia, estaba interrumpiendo un milagro.
Ese día, me dije a mí misma:
“No es tu tiempo, Yentami. Es el suyo. No se trata de ti. Se trata de él.”
Y desde entonces, cada vez que me impaciento porque no hace algo “a tiempo” —comer, vestirse, bañarse, terminar una actividad, contestar una pregunta—
Respiro y escucho en mi mente sus palabras sagradas:
“Estoy pensando.”
Y me calmo.
Porque él está aprendiendo, está sintiendo, está siendo él. A su ritmo. Con su forma. Con su belleza.
Y eso es más que suficiente.
Eso es perfecto.
Hoy doy gracias por haber aprendido a verlo desde mi corazón de madre. Por haber soltado el control, las estructuras, los miedos heredados. Por haberme rendido a su ritmo.
Porque cuando lo veo, de verdad lo veo.
Y cuando lo escucho, con el alma, todo tiene sentido.
Y eso, amigas…es simplemente maravilloso.
¿Te has sentido así alguna vez? ¿Has tenido un “estoy pensando” en tu casa? Cuéntame en los comentarios, o compártelo con otra mamá que lo necesite. Y si aún no lo has hecho, te invito a suscribirte al blog o seguirme en redes para que sigamos aprendiendo bonito, juntas. 🌱💛
Commentaires