Después de las 9pm mi crianza falló... y mi hijo me dio la lección de amor más grande

Ser madre unschooler no tiene botón de apagado. Ni a las 7pm. Ni a las 9pm. Y mucho menos cuando el día ha sido largo, intenso y todavía falta la película antes de dormir.

Hace unas semanas, bromeaba en un grupo de WhatsApp sobre educación sin escuela. Decía algo como:

“Después de las 9 de la noche, mis niveles de crianza respetuosa bajan al 10%... con suerte.”

Nos reímos. Porque es verdad. Porque es difícil. Porque muchas lo sentimos. Pero lo que no sabía es que esa frase se me iba a devolver con una lección gigante... gracias a Enzo.

La escena: una noche cualquiera en nuestra cama, laptop en medio, documental sobre China.

Últimamente andamos explorando ese país, y aprovechamos las noches para ver cosas relacionadas con su cultura, paisajes y costumbres. Esa noche era un documental sobre los lugares más hermosos de China.

En varias ocasiones, Enzo se recostó muy cerca de la pantalla. Y yo, como mamá preocupada por la salud visual de su hijo, le dije:

– "Mi amor, no tan cerca, aléjate un poquito."

Dos minutos después:– "Hijo, te lo dije... por favor, más lejos."

Y otra vez. Y otra. Hasta que mi voz cambió el tono… y levanté la voz.

Enzo se dio vuelta, se acomodó de espaldas a mí y… el ambiente se enfrió.

Le dije que lo sentía, pero me justifiqué. No fue una disculpa real, fue una excusa disfrazada. Y lo peor: lo noté. Noté cómo algo se rompía en ese momento.

La escena 2: otro día, misma cama, esta vez viendo "Mulán"

Esta vez yo estaba menos cansada, más disponible emocionalmente. Y Enzo, siendo el mismo niño inquieto y curioso, volvió a acercarse demasiado a la pantalla. Pero mi respuesta fue diferente:

– "Mi amor, ya te he dicho varias veces que no debes acercarte tanto a la computadora, por favor..."

Y entonces, con esa voz dulce que solo los niños en modo sensei zen pueden tener, me dijo:

“¿Viste qué diferente es cuando lo dices así?”

😳Me quedé sin palabras. Me atravesó como un rayo de verdad.

Me sentí avergonzada por la noche anterior, pero también profundamente agradecida por tener un hijo que puede nombrar eso. Que lo siente. Que lo expresa con empatía y amor.

Pausé la película y me disculpé de verdad. Sin peros. Sin excusas.

Le dije que tenía toda la razón. Que nadie –ni siquiera yo– tenía derecho a hablarle de esa manera. Que fue un error y lo sentía mucho.

Él me abrazó con sus palabras:– “Está bien, mamá. Te entiendo.”

Pero no terminó ahí. Me dio una segunda lección:

“Es que estaba acomodándome para poner los pies cerca de la pared. Me gusta sentir lo frío.”

😳 (otra vez)

Había una razón para su comportamiento. Solo que yo no la sabía.

Entonces le dije:– “Gracias por explicarme eso, mi amor. No lo sabía. Y qué importante es que me lo digas... porque así te entiendo. Y así podemos evitar malentendidos. Gracias por confiar en mí.”

La lección: la comunicación también es respeto

Ese día aprendí que la crianza respetuosa no es solo cómo corregimos o cómo educamos, sino también cómo escuchamos, cómo preguntamos, cómo pausamos.

Enzo, a sus 6 años, me recordó algo esencial: Cuando hay comunicación, hay conexión. Y cuando hay conexión, la crianza respetuosa fluye.

Y tú, ¿también has aprendido lecciones de tus hijos?

Te leo en los comentarios. ¿Te ha pasado algo parecido? ¿Qué te enseñan tus hijos en los momentos más inesperados?

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