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Cuando la vida te obliga a parar (y el aprendizaje sigue igual)


Madre e hija compartiendo un momento de calma en la cama con bebidas calientes, simbolizando descanso, conexión y aprendizaje desde la vida cotidiana

Hay temporadas en las que una se siente como la Protectora Oficial del Reino: enfermera, limpiadora del virus invasor, mamá presente, esposa disponible, creadora de contenido, guía del aprendizaje, sostén emocional… y además, aparentemente, inmune a todo.

O eso creemos… hasta que la vida dice: “Mi reina, siéntate.”


Las últimas semanas fueron justo eso: un frenazo obligatorio. Enzo y mi esposo cayeron con una gripe monstruosa que terminó en bronquitis aguda. Y yo, como buena mamá guerrera, me puse en modo cuida-cuida-cuida… hasta que, sorpresa: la enfermera también cayó en cama.


Mi cuerpo y mi mente dijeron “hasta aquí”, pero yo traté de resistir. Porque claro, “¿cómo voy a dejar las rutinas?”, “¿cómo voy a dejar las redes?”, “¿cómo voy a dejar a Enzo sin estructura?”. Ya sabes… ese manual secreto que todas cargamos y que nadie nos pidió escribir.


Pero la verdad llegó como un baldazo frío: El mundo no se desmorona si paro unos días.

Y paré. No por sabia… sino porque el virus me tumbó.

Y entre fiebre, té y mucha culpa, tuvimos semanas flojas. Muy flojas.

Lo mínimo. Y yo sentía que eso era insuficiente.

Pero entonces pasó algo que me dejó sin palabras.


El día en que Enzo me dio una lección (otra más)


Hace unos días, le recordé que tenía una lección pendiente en Khan Academy.

Cuando vi que tocaba división, pensé:“Uy, no… esto es mucho. Tiene 7. Según el sistema debería estar en 1ero. Mejor que lo deje para después.”


Pero Enzo ya estaba resolviendo los ejercicios. Y los resolvía bien.

Con una seguridad que yo no tenía ni con la tabla del 2.

Me acerqué sorprendida y le pregunté:“¿Cómo sabes hacer eso?”

Y me dice, con esa naturalidad de quien te explica por qué el cielo es azul:

Mamá, una vez me explicaste lo que es la división… y lo recordé.


Así.

Sin práctica diaria.

Sin cuadernos.

Sin presión.

Sin fichas.

Sin “rutina fija”.


Solo una explicación. Y su cerebro, fresco, curioso y en libertad… hizo el resto.


Y ahí me cayó el 20, el 30 y el 50:


Los niños siempre están aprendiendo.


Incluso cuando nosotras sentimos que “no estamos haciendo lo suficiente”.

Incluso en semanas flojas.

Incluso cuando paramos.

Incluso cuando el caos nos envuelve.

El aprendizaje no vive en un horario.


Vive en ellos.

En su curiosidad.

En la relación.

En la libertad.

Y a veces, lo único que hace falta…es que nosotras soltemos tantito.


Mi Reflexión final


Quizá la vida me tumbó para recordarme que el aprendizaje no depende de cuántas cosas hago, sino de cómo acompañamos desde el amor… incluso cuando nuestra energía está en modo “batería en 5%”.


Y hoy quiero preguntarte a ti, que también llevas tu propio reino sobre los hombros:

¿Qué te está pidiendo la vida que sueltes un poquito?


Cuéntame, estoy para escucharte...

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