Un diente flojo, cuatro horas y una lección de vida que no olvidaré
- Yentami Centeno

- 12 ago
- 3 Min. de lectura

Ayer compramos medio litro de helado. Enzo escogió el sabor. No era un postre cualquiera: era el premio esperado para después de un momento importante. Hoy, tras cuatro meses de un diente flojo, llegó el gran día.

Mi esposo estaba trabajando, así que estábamos solos en casa con la nona. Me tomé la tarde completa para acompañar a mi hijo en este proceso. Sabía que no sería sencillo, pero lo que no imaginaba era que sería una experiencia transformadora para los dos.
Su proceso, su tiempo, su ritmo
La nona, con la experiencia de toda una vida, le amarró el diente con un hilo, como ya lo había hecho antes con los primos… y conmigo cuando era niña. Pero esta vez, yo sabía que debía ser diferente: quería que Enzo hiciera todo el trabajo por sí mismo.
Los tres dientes anteriores se los había sacado la nona. Pero hoy quería darle la oportunidad de sentir la fuerza que tiene dentro. No sabía que el proceso se alargaría más de cuatro horas, ni que sería una prueba de paciencia, confianza y amor.
Hubo momentos en los que sentí perder la paciencia. El cansancio, mi alergia, los estornudos, la congestión y las ganas de que todo terminara me empujaban a acelerar. Pero me repetía: "No se trata de mí, ni de mis tiempos. Es su proceso, su ritmo".
Acompañar también es callar y esperar
Hablamos mucho durante esas horas. Le recordaba lo fuerte que es, lo valiente que ha sido siempre, y cuánto confío en él. Vi cómo, en los momentos de ansiedad, se repetía a sí mismo las frases que yo le había dicho, como si las usara para darse valor.
Entonces lo entendí: no estábamos hablando solo de un diente. Estábamos hablando de formar carácter, fortalecer autoestima y aprender que las cosas requieren esfuerzo y perseverancia.
Sanar mi propia herida
Cuando era niña, las extracciones de dientes fueron experiencias traumáticas para mí. Dolor, miedo y prisas que dejaron huella. Pero hoy, con Enzo, tuve la oportunidad de hacerlo diferente.
Pude estar presente, dar calma cuando yo misma me sentía agotada, ofrecer paciencia en lugar de presión, y sostenerlo emocionalmente hasta el final. Fue también mi oportunidad de sanar.
El momento decisivo
Cuando el diente ya estaba prácticamente fuera, solo quedaba un ligero tirón… pero el miedo lo paralizó. Lloraba. Yo estaba cansada. Le di dos opciones: que lo hiciera él o que lo hiciera la nona. Eligió hacerlo él.
Nos fuimos juntos a la sala. Lo abracé fuerte y le dije:"Tú puedes hacerlo. Yo creo en ti. Tienes una gran fortaleza dentro. Solo tienes que creer en ti mismo".
Contamos juntos hasta tres. Cerró los ojos. Yo también. Yo apreté su mano. Un segundo de silencio. Y… lo había logrado.
Se desplomó, me miró con asombro, y luego saltó sobre mi y me abrazó con todas sus fuerzas:"Gracias, mamá".

Más que un diente
Lloré, y no por tristeza, sino por felicidad. Hoy mi hijo me enseñó que acompañar no es hacer por ellos, sino darles el espacio y la confianza para que se demuestren a sí mismos de lo que son capaces.
No somos perfectos. Nos equivocamos, fallamos, perdemos la paciencia. Pero lo seguimos intentando. Porque ellos valen cada esfuerzo.
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